lunes, 20 de junio de 2011

5. Sin remedio, Antonio Caballero


La sentía alzarse cuando él se retiraba, gemir, ceder cuando empujaba, succionarlo hacia ella como haciendo vacío con el fondo más hondo de su sexo, sentía el anillo caliente de su carne, elástico y cerrado en torno a él, tirando hacia adentro de su palpitación de carne, más hondo todavía, hasta donde ya no era posible entrar más adelante, y ella se abría más y más todavía hasta donde ya no era posible abrirse, y estando ya en su fondo sentía que le hacían falta más abrazos de carne, más miembros largos, duros, flexibles, para poder entrar en ella también por todas partes y sentirla atrapada en él como él en ella, sellada y sin junturas, exhausta y jadeante y abriéndose todavía más bajo su empuje para permitirle llegar hasta el latido de su corazón, y más adentro, hasta el escondido palpitar de su alma. Se sentía clavado en ella, se sentía hundido en su fondo como un enorme pez, como una bestia ciega respirando, suspirando, descansando un momento para seguir más adelante por el túnel sin fondo. Y de pronto escuchó su propia voz contra el rostro de Ángela y su jadeo, y que toda su fuerza estallaba en una tromba hirviente en el fondo de Ángela, en golpes espasmódicos de su respiración, reventando en lo más hondo y oscuro y caliente de Ángela en chorros de violencia que iban todavía más allá, a donde él no había conseguido llegar, y se estrellaban allá lejos en paredes ocultas, calientes y curvadas que se cerraban y se aflojaban y expandían y se abrían y volvían a cerrarse como esclusas mientras junto a su cara la cara de Ángela gritaba y la suya gritaba, abiertas las dos bocas enfrentadas en un grito que más bien era un jadeo y una falta de aire y un boquear convulsivo de pez fuera del agua, recién pescado, dando terribles saltos espasmódicos y dejando escapar la vida entera por la boca a golpes. Se derrumbó encima de Ángela.

Sin remedio, Antonio Caballero

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