sábado, 6 de agosto de 2011

14. Palinuro de México, Fernando del Paso (bonus track)





¿Y qué hacer sobre todo en ese momento en que el general salió del cuarto y los cabellos de mi prima y junto con ellos su ropa cayeron hasta sus tobillos de álamo blanqueado por la sal, y un intenso olor a shampú de esmeraldas sobrecogió nuestro cuarto? Ustedes comprenderán que lo único que yo podía hacer con ella, era el amor.
Y para que no me pase la vida hablándoles de lo mismo, les contaré de una vez y para siempre todas las formas en que mi prima y yo hacíamos el amor.
Hacíamos el amor compulsivamente.
Lo hacíamos deliberadamente.
Lo hacíamos espontáneamente.
Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente.
O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles hacíamos el amor invariablemente.
Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente.
Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente.
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso.
Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.
Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente.
Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente.
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.
O bien Estefanía le daba por recorrer las ardillas que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosas-té esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando.
Y sobre todo, y por la simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente.
Muchas veces hicimos el amor contranatura, a favor de natura, ignorando a natura.
O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío.
Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente.
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.
Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente.
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente.
Y sobre todo, hacíamos el amor físicamente.
Una tarde yo llegué a nuestro cuarto de la Plaza de Santo Domingo con la Historia del Arte que nos había prestado Walter, y entonces hicimos el amor siguiendo todas las reglas dela arte mínimo, del arte óptico, del arte ambiental y del arte conceptual.
Después nos pintamos de blanco y reprodujimos El beso y El ídolo eterno de Rodin y El abrazo de Cupido y Psique de Antonio Canova.
A partir de entonces solíamos también besarnos junto a la ventana, como los amantes sin rostro de Edvard Munch.
O bien ella se abría de piernas como un gran desnudo de Wesselmann, o me ofrecía el trasero orejudo como un cefalópodo de Hans Bellmer, o se recostaba en la cama con sus bucles y su vestido de niña y la falda arriba de las rodillas, como una adolescente provocativa de Balthus.
Después de un viaje a San Francisco, Estefanía quiso que imitáramos la postura de los amantes modernos de Gerald Gooch. Después de una visita al Museo del Prado, repetimos en tercera dimensión y durante semanas enteras todas las locuras de El Jardín de las Delicias Terrestres de Hyeronimus Bosch.
Y un número infinito de veces nos abrazamos como Leda y el Cisne en los cuadros de Leonardo, como Hércules y Deyanira en las pinturas de Mabuse, como Venus y Marte en las obras del Veronés.
Sí, puedo decirte que nos amamos apasionadamente, como los amantes de Géricault; que fuimos azules y tristes como los amantes de Chagal, y que juramos que aunque nos hiciéramos viejos y nos salieran y entraran serpientes y sapos por los ojos y la barriga, seguiríamos haciendo el amor como los amantes de Grunewald.
A esto, le llamábamos hacer el amor artísticamente.
Y mientras tanto, yo comencé a pensar muy serio en la posibilidad de solicitar trabajo en una agencia de publicidad, tal como lo había propuesto mi prima. A Estefanía la contrataron de inmediato como modelo, como escritora y como genio. A mí, me costó un enorme esfuerzo entrar a una agencia. Más esfuerzo me costó salir de ella. Y más, más todavía, me costó no regresar.

Palinuro de México, Fernando del Paso

4 comentarios:

  1. Se nos puso fino. Estas vainas le coartan a uno el mañanero.

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  2. ¡Pues hágase la paja!

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  3. Nunca mejor dicho: "A esto, le llamábamos hacer el amor artísticamente".
    El ladrón juzga por su condición.

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