viernes, 1 de julio de 2011

9. El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez

Ilustración: Horacio Altuna

No recuerdo haber caminado hasta la cama de Maya, pero me perfectamente sentándome en ella, junto a una mesa de noche de tres cajones. Maya le dio la vuelta a la cama y su silueta espectral se recortó contra la pared, frente al espejo del armario, y me pareció que se miraba al espejo y al hacerlo su reflejo me miraba a mí. Mientras asistía a esa realidad paralela, a esa escena fugaz que transcurrió en mi ausencia, me metí a la cama, y no me resistí cuando Maya llegó a mi lado y sus manos me desabrocharon la ropa, sus manos manchadas por el sol se portaron como mis propias manos, con la misma naturalidad, con la misma destreza. Me besó y sentí un aliento limpio y cansado al mismo tiempo, un aliento de final del día, y pensé (un pensamiento ridículo y además indemostrable) que esta mujer no había besado a nadie en mucho tiempo. Y entonces dejó de besarme. Maya me tocó inútilmente, inútilmente se metió mi miembro a la boca, su lengua inútil me recorrió sin ruido, y luego su boca resignada volvió a mi boca y sólo en ese momento me di cuenta de que estaba desnuda. En la penumbra sus pezones cerrados eran de un tono violeta, un violeta oscuro como el rojo que ven los buzos en el lecho del mar. ¿Usted ha estado debajo del mar, Maya?, le pregunté o creo haberle preguntado. ¿Muy hondo debajo del mar, lo suficiente para que cambien los colores? Se acostó a mi lado, boca arriba, y en ese momento me dominó la idea absurda de que Maya tenía frío. ¿Tiene frío?, le dije. Pero ella no me respondió. ¿Quiere que me vaya? No respondió tampoco a esta pregunta, pero era una pregunta ociosa, porque Maya no quería estar sola y ya me lo había señalado. Yo tampoco quise estar solo en ese momento: la compañía de Maya se me había vuelto indispensable, así como urgente se me había vuelto la desaparición de su tristeza. Pensé que los dos estábamos solos en esa habitación y en esa casa, pero solos con una soledad compartida, cada uno solo con su dolor en el fondo de la carne pero mitigándolo al mismo tiempo mediante las artes raras de la desnudez. Y entonces Maya hizo algo que sólo había hecho una persona en el mundo hasta entonces: su mano se posó sobre mi vientre y encontró mi cicatriz y la acarició como si la pintara con un dedo, como si su dedo estuviera embadurnado en tempera y tratara de hacer sobre mi piel un dibujo raro y simétrico. Yo la besé, menos por besarla que por cerrar los ojos, y luego mi mano recorrió sus senos y Maya la tomó en la suya, tomó mi mano en la suya y se la puso entre las piernas y mi mano en su mano tocó el vello liso y ordenado, y luego el interior de los muslos suaves, y luego el sexo. Mis dedos bajo sus dedos la penetraron y su cuerpo se puso tenso y sus piernas se abrieron como alas. Estoy cansada de dormir sola, me había dicho esta mujer que ahora me miraba con ojos muy abiertos en la oscuridad de su cuarto, arrugando el ceño, como quien está a punto de entender algo.

El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez

10 comentarios:

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  2. Sin duda el mejor escritor colombiano del momento. Ni punto de comparación.

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    1. Sin duda un escritor que no ha podido dejar de escribir en diez años la misma novela en versiones diferentes. Y sin duda, también, un pésimo, re-pésimo polvo:

      http://literariedad.co/2015/07/12/las-reputaciones-o-como-recordar-lo-que-no-se-ha-leido/

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  3. Este blog cumple con un objetivo loable, pero no se justifica que las ilustraciones sean tan irregulares como los textos.

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  5. ¿Qué pasó 69? Se acabó la semana: ¿dónde está el polvo del viernes cultural?

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  6. Combo madrugador8 de julio de 2011, 3:30

    Paciencia Anónimo, paciencia...

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  7. Apenas llego al blog y no entiendo el concepto. Al aludir a "malos polvos" se refiere a polvos mal narrados o a malos polvos bien narrados. Espero su explicación. Muchas gracias.

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  8. Acabo de descubrir el blog.Pinta bien!! Buenas recomendaciones. Saludos desde Polonia!

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